El jugador

He tenido que darme la molestia de ir a mirar en un diccionario el significado de la palabra jugador.

¿Y qué encontré?

Diría que, nada nuevo, nada especial, asombroso, desconocido, incomprensible, desatinado o raro.

Soy como soy.

En mi propia vida, con vaivenes o idas y venidas, con subidas o bajadas.

Lo que escribo ahora lo pensé, lo maquiné el otro día, y decía casi lo mismo.

Yo soy mi lugar, mis formas, mis compromisos, mis contornos, mis esquinas.

Mis ilusiones, mis ángulos, mis resquiebros. mis puntos de vista aunque estén equivocados.

Como jugador anónimo no vine a estampar mi huella ni mi firma.

No soy de los mejores ni de los peores, creo que sólo pretendo ser diferente.

No pido demasiado.

Soy un torreón abrazado a mis sistemas, pegado a un azar lleno de agujeros como un queso.

Yo mismo reconozco que me revuelco como el cerdo en este barro.

Orientado al sur unas veces, otras al norte, al este quisiera pero no puedo porque me ciega el salir del sol.

Y como me gustaría competir con su luz.

Orlando Slite.

El historial de un jugador puede decir muchas cosas y el jugador puede hablar de sus penas, de sus miedos y fracasos, decepciones y derrotas.  
 
Un jugador también sabiendo mucho del azar puede enseñar  cosas y lo único que le importa es que alguien las entienda bien.

Un jugador debe saber quien es y quien ha sido y hay momentos en que quisiera desconocerse.

Un jugador necesita a veces dosis de indolencia y de maldad.

Necesita que el azar mantenga ese fluir frívolo, cínico y cruel.

Un jugador necesita saber lo que quiere y repetirlo, descubrirse a sí mismo y estar dispuesto a todo.

Busca lo oculto y lo encuentra.

Valora ese conocimiento y lo asume.

Comparte su ilusión y su verdad y se regocija.

Un jugador está dispuesto a sacrificar una parte de su percepción del azar por lo que siente porque no se puede tener todo.

Orlando Slite.

El jugador está a punto de entrar al templo.

Fuera cae una fina lluvia de H2O y aunque el día no lo recuerda si sabe que es frío diciembre.

Sí, noche fría como las tetas de su casi olvidado primer amor, lejos, muy lejos en el tiempo, tan lejos como el siglo pasado.

Recuerda con resignación como contaba los lunares -reflejados en los charcos- de las bragas de su chica

Mientras, espera con languidez a que caiga la bolita en su número, el repiqueteo por el choque en el diamante se le asemeja a un confeti de gotas de lluvia salpicando el cristal de su ventana a la vez que escucha Angie de los Rolling.

Finalmente acierta su número y el Knockin On Heavens Door le parece todavía la canción más bonita del mundo.

En este casino nunca pasa nada, las mesas siempre son las mismas pero su mesa no es su mesa.

Su tristeza a veces es no saber los "y si..." y daría lo que fuera por regresar a los días de las certezas.

Correr detrás de aquella chica que se pierde entre mesas y se sienta al black jack.

Hay cosas peores.

Que se pare el reloj de la noche.

Vaciarse los bolsillos y no saber donde ir.

Por culpa de su empecinamiento.

Por poner la otra mejilla a su mala suerte esa noche.

Por no querer.

Por favor queridas musas, no me abandoneis hoy.

Orlando Slite.